domingo, 12 de diciembre de 2010

Villa Soldati

Debemos adherir a lo afirmado por el periodista Alaniz en su sitio rogelioalaniz.com.ar cuando dice sobre la situación de Villa Soldati por estos días, y ha saber: " Pobreza, racismo y violencia social. La tarea central de un Estado es defender la vida, las libertades y la propiedad. Buen punto de partida para reflexionar acerca de lo que está ocurriendo en Villa Soldati. No hace falta ser un asistente social para admitir que ninguno de estos tres atributos se está cumpliendo. Villa Soldati se ha transformado en tierra de nadie, se impone la ley del más fuerte y las consecuencias están a la vista: cuatro muertos, un número indeterminado de heridos, ocupación de espacios públicos y una guerra feroz y despiadada entre pobres. Mientras tanto, a las clases dirigentes -porteña y nacional- no se les ocurre nada mejor que pelearse entre ellos. Menudean los reproches y las imputaciones mientras los pobres se matan. Abundan las exageraciones, las prejuicios presentados como sabios aforismos y las miserabilidades políticas de quienes a derecha e izquierda pretenden obtener beneficios de la tragedia social. El otro día en el “correo de lectores” de un diario de Buenos Aires se reproducía una nota publicada en 1994 en la que se anunciaba la creación de un parque Indoamericano en Villa Soldati. Allí se explicaba que en pocos meses estarían construidas piletas de natación, canchas de fútbol y de básquet, guarderías y bibliotecas. Pasaron dieciséis años, y como todos hemos podido apreciar en estos días, el parque es en realidad un vulgar descampado, un salvaje potrero, un enorme baldío tentador y peligroso. La pregunta a hacerse es la siguiente: ¿qué hicieron o dejaron de hacer durante todos estos años los diferentes gobiernos?. Ahora es muy fácil echarle la culpa a los inmigrantes, a los pobres, al delito organizado o al narcotráfico, pero mientras tanto, cuando hubo que hacer algo, lo que se impuso fue la desidia, el clientelismo. Previsible: es mas fácil repartir limosnas que organizar instituciones; es más fácil y más rentable. El ejemplo es ilustrativo. Lo que hoy estalló en Villa Soldati empezó hace varios años. Hubo señales, síntomas, advertencias, pero nadie le dio importancia, a nadie se le ocurrió anticiparse a los hechos. El Estado está ausente hoy, pero también lo estuvo ayer y, como se presentan las cosas, es muy probable que en el futuro inmediato siga ausente. No es novedad que la concentración urbana en Buenos Aires transforma en inmanejables los conflictos sociales. Buenos Aires y su entorno suman una población de trece millones de habitantes. Esta realidad es ingobernable. En Buenos Aires, México o San Pablo. La ineficiencia y la corrupción de la clase dirigente hacen el resto. Como dijera Alberdi, la responsabilidad no está abajo, está arriba. Después vienen los lamentos. Macri no miente del todo cuando dice que Buenos Aires no pude hacerse cargo del hambre de América latina; el gobierno nacional no falta a la verdad cuando le imputa al gobierno porteño no haberse ocupado de los pobres. En ese contexto se reproducen todas las patologías políticas y sociales. A nadie le debe llamar la atención que el racismo en sus variantes más agresivas se ponga de moda. Doña Rosa y los taxistas, voceros clásicos del sentido común popular, suponen que la culpa la tienen los bolivianos y paraguayos. Chivos expiatorios que se dice. ¿Son tantos los extranjeros en Buenos Aires? Supongo que no son pocos, pero juraría que tampoco deben ser tantos. Es más, sospecho que deben ser muchos menos de los que había en 1914 cuando el treinta por ciento de la población era extranjera. Imagino la objeción: ¡pero eran europeos!. Es verdad, eran europeos, pero no eran los rubios anglosajones y protestantes que había imaginado Alberdi, sino italianos y españoles llegados desde las zonas más pobres y atrasadas de Europa. Europeos es cierto, pero en su gran mayoría europeos analfabetos y semianalfabetos, cuyo aspecto físico para los taxistas y doña Rosa hubiera sido tan repulsiva como los actuales inmigrantes. Se dirá que el país era otro. Es cierto. Entre otras cosas, porque entonces el Estado garantizaba la vida, la propiedad y las libertades. Pero no nos olvidemos que también fue ese Estado el que aplicó las leyes de residencia y defensa social contra los inmigrantes molestos. También es verdad que el país entonces crecía en serio, que la movilidad social ascendente era real y que el modelo educativo argentino era el más completo y eficaz de América y uno de los mejores del mundo. Los actuales inmigrantes no son los mismos que llegaron en los barcos hace un siglo, pero en muchas cosas se parecen. En primer lugar, la gran mayoría viene a trabajar. Vienen de un lugar donde están peor con la esperanza de estar mejor. No hay inmigrante sin esa expectativa. Nadie sale de su miseria cotidiana para ir a una miseria mayor. En Buenos Aires trabajan de peones, albañiles, mozos de servicios, vendedores ambulantes, en tanto sus mujeres lo hacen en el servicio doméstico. En la mayoría de los casos hacen las tareas que nosotros no estamos dispuestos a realizar. Viven en villas miserias, en ranchos, hacinados en edificios miserables, pero si conversáramos con ellos descubriríamos que esa vida que a nosotros nos resulta humillante, para ellos es muy superior a la que tenían en sus lugares de origen. Lo que hay que decirle a doña Rosa es que lo que molesta no es el inmigrante sino el inmigrante pobre. Un boliviano o un paraguayo multimillonario no fastidia a nadie. Los pobres molestan y cuando son muchos molestan mucho más. ¡Pero son extranjeros! insiste doña Rosa. El extranjero, mi buena mujer, es el pobre como tal. El rostro del pobre alarma, inquieta, y a veces con buenos motivos. Es que la pobreza nunca es buena. La pobreza humilla, enferma y mata. Sólo las leyendas populistas en sus variantes laicas y religiosas se han atrevido a armar un “relato” que pondera las bellezas morales de la pobreza. Un Estado, un poder político, un dirigente que merezcan ese nombre, deben luchar contra la pobreza y rescatar a los pobres. Pero a los pobres no se los rescata con dádivas; mucho menos con la pedagogía del garrote. Se los rescata creando oportunidades laborales y, sobre todo, con educación, mejorando su austoestima y explicándoles que el Estado los puede ayudar, pero que nada se podrá hacer si ellos no deciden ayudarse. Nadie descubre la pólvora cuando dice que en Villa Soldati se mezclan los reclamos justos con el abuso y el delito. En los barrios circula la droga, el rufianismo y las formas más abyectas de violencia, pero no hay que olvidar que la droga, el rufianismo y la violencia también circulan en Palermo y Belgrano, es decir en los elegantes barrios del norte de la ciudad. Lo que ocurre es que en el mundo de la necesidad, en el corazón de “Los olvidados”, como diría Buñuel, estas abyecciones son más visibles y más desagradables. La tentación de salirse del sistema es muy fuerte para quien nunca estuvo o nunca se sintió dentro del sistema. Lo que ocurre en Villa Soldati es desagradable, pero también es aleccionador. Villa Soldati ampliado es lo que nos espera si no hacemos las cosas bien. Y hacer las cosas bien reclama lucidez, inteligencia, criterios políticos justos, virtudes opuestas a las que exhiben doña Rosa y el infalible taxista que consume los argumentos de Hadad. Sólo en ese contexto, en el contexto de una estrategia humanista y solidaria, tiene lugar la represión. Ningún Estado puede renunciar a ella, pero ningún Estado que pretenda ese nombre puede creer que todo se resuelve con represión. No pretendo dar lecciones de sensibilidad y humanismo, pero recuerdo que, además, estamos frente a un drama social. En esas escenas salvajes, en esas imágenes feroces, late un drama, una tragedia. El sufrimiento, el dolor, la impotencia, son el pan cotidiano de la mayoría de esta gente. No perdamos de vista este dato: los pobres que sufren, en su gran mayoría son víctimas del Estado, de los punteros y de los rufianes. Las villas están muy lejos de ser un convento de Carmelitas Descalzas, pero tampoco son el infierno. A pesar de todo, a pesar de la miseria, la explotación y las necesidades, un alto porcentaje de la gente quiere vivir en paz, respetando y que los respeten. Por último, un dato histórico para quienes se enojan tanto contra bolivianos y peruanos, olvidando que sus padres o sus abuelos también llegaron a estas tierras con una mano atrás y otra adelante y que también padecieron discriminaciones: la Declaración de la Independencia de 1816 se escribió en tres idiomas: español, quechua y aymará. Esos hombres y esas mujeres que arrastran su desdicha y su miseria por nuestras ciudades, pero también su voluntad de trabajo, históricamente no son tan ajenos a nosotros. Salvo que los congresales de Tucumán se hayan equivocado " (Fuente rogelioalaniz.com.ar/publicado el 12.12.10)

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